13 de diciembre de 2010

El odio te había cegado por completo.



El odio ciega a los hombres. Esto, tú no lo has advertido. El amor puede leer lo escrito en las estrellas más distantes; pero el odio te cegó de tal modo, que llegaste a no poder ver más allá del reducido jardín de tus deseos cotidianos; ese jardín cercado y la imaginación, la verdadera y más fatal debilidad de tu ser, no era sino resultado del odio que en ti se abrigaba, que en ti se abrigaba pérdida, silenciosa y disimuladamente. Así como el liquen corroe las raíces de las plantas sin savia, así el odio te ha corroído a ti hasta conducirte paulatinamente a no ver sino los intereses más mezquinos y los fines más pobres. Esa condición tuya, cuyo desarrollo hubiese acelerado el amor, la envenenó y la paralizó el odio.

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